Día 3. Un día recorriendo las mejores playas de San Diego

La Jolla Cove

Comenzó un nuevo día. El plan era salir a descubrir algunas de las mejores playas de San Diego. Era el último día de Edu en su trabajo aquí, así que le harían una comida de despedida. Por lo tanto, este recorrido playero lo haría yo sola.

San Diego es una ciudad que está justo al sur de California, junto a la frontera con México. Es una zona de costa con inmensas y paradisíacas playas, donde los californianos acuden a relajarse. De la amplia variedad que presenta, decidí que durante la mañana visitaría dos de ellas: Pacific Beach, que cuenta con un precioso muelle y mucho ambiente surfero, y La Jolla Cove, de la que especialmente me atrae su colonia de leones marinos.

Hasta ellas llegaría nuevamente en autobús. La línea 30 recorre toda la costa hasta llegar al Downtown y serviría perfectamente a mi propósito (y al tuyo si te alojas en el centro de la ciudad y lo tomas en sentido contrario). Primero iría hasta Pacific Beach, que está más lejos, y así me iría acercando de nuevo hasta La Jolla.

Surf y palmeras en Pacific Beach



El trayecto en bus me dejó unos paisajes increíbles. En una parada incluso vi un colibrí revoloteando entre las flores de un árbol (¡no sabía que los había en esta zona!).

Me llamaron la atención las casas que iba encontrando, totalmente de ensueño. Creo que yo también querría retirarme aquí y tener un precioso chalet con vistas al mar cuando me jubile.

Finalmente, llegué a mi parada. Lo que descubrí es un paseo marítimo lleno de bares y de palmeras. Había familias paseando y mucha gente joven que se acercaba a hacer surf. Tiendas, ambiente playero… Todo esto sin agobios ni grandes masas de gente.


Fui paseando mientras observaba a los surfistas que cogían una ola tras otra (yo sería completamente incapaz), hasta que finalmente llegué a mi destino: el muelle. La verdad es que no sé qué tienen los muelles que me fascinan tanto. Y creo que no soy la única. Éste es verdaderamente especial, y además era el primero del viaje. En él hay pequeñas casitas pintadas de azul y blanco, y según me comentaron es nada más y nada menos que ¡un hotel! ¿Quién no querría alojarse en un sitio así?



No me pusieron pegas para entrar ni para hacer fotos, así que continué mi paseo parándome a contemplar el mar, que tanto echo de menos en Madrid. Al fondo habían colocado un inmenso árbol de Navidad (era 1 de diciembre), que contrastaba con el sol, el calor y la playa que tenía a mi alrededor. Realmente es un lugar mágico.

Vida marina en La Jolla Cove



Cuando decidí que había visto suficiente, volví de nuevo al autobús rumbo a la zona de La Jolla Cove. Sin embargo, decidí bajarme unas paradas antes, en la zona de La Jolla Tide Pools, que es conocida porque cuando hay marea baja se forman pequeñas piscinas entre las rocas, dejando un paisaje muy diferente. Además, al ser menos turística, es una zona mucho más tranquila.

Así, llegué a una zona residencial en la que tan sólo había una mujer paseando un perro y una pareja de ancianos de la mano. Y el mar y yo. Me encantó haber tomado la decisión de dar este pequeño rodeo. Me dediqué a deambular junto al mar observando las formas que iban dejando las rocas, y a las gaviotas ir y venir sin preocuparse por nada.


Está realmente cuidado, con pérgolas y bancos que le dan una imagen aún más apacible. Fui caminando por el paseo hasta que llegué a La Jolla Children’s Pool. Cuenta con una caseta de vigilantes en una elevación, y una especie de ensenada con una colonia de focas. Sin embargo, da aspecto de artificial y me decepcionó un poco, ya que yo pensaba que ésta era la famosa colonia de leones marinos.

Pero no, lo mejor estaba por llegar. Avanzando un poco más, empecé a escuchar graznidos, y en unas rocas observé una inmensa colonia de pelícanos y cormoranes que descansaban tranquilos, ajenos a los que nos quedamos ensimismados mirándolos. Realmente son un espectáculo. Esto sí que merecía la pena la visita.


Continué mi camino, y tras girar una esquina, ahora sí. Primero los oí. Lo segundo que pasó es que vi una gran cantidad de turistas junto a unas rocas (todos los que no había visto por la mañana estaban aquí). Y entonces observé a los leones marinos. El paisaje es precioso, con rocas y piscinas en las que se dedican a bañarse (y pelearse entre ellos). El resto simplemente retozan unos encima de otros, tomando el sol. Me parecía increíble que estuvieran allí, que fueran salvajes y pudiéramos disfrutar de su presencia. El resto de visitantes y yo respetamos su espacio, haciendo sólo fotos desde la distancia y disfrutando de sus juegos.



Lamentablemente, se acercaba la hora a la que había quedado para comer con Edu, así que tuve que ir a buscar la parada del autobús (lo que no fue tan fácil como había pensado inicialmente, aunque gracias a Google Maps y sus mapas sin conexión conseguí localizar).

Desventuras en San Diego

Conseguí llegar a la comida (aunque un pelín tarde), pero los compañeros de trabajo de Edu fueron encantadores y no me lo tuvieron en cuenta.

Tras disfrutar de un menú de lo más variopinto y sabroso (su jefe era hindú y nos había cocinado personalmente), llegó el momento de la despedida. Buenos deseos, alguna sorpresa y lazos que difícilmente se romperán ya.

Y entonces se me ocurrió intentar conectarme al wifi de la universidad, así que metí la mano en el bolso buscando mi móvil. Y no estaba. No sería la primera vez que creo que lo he perdido y realmente está entre las miles de cosas que voy acumulando en el fondo, pero no fue así esta vez. Pusimos el lugar patas arriba, y no hubo manera. El bolso había estado junto con mi cámara y las cosas de los otros chicos durante un rato en la sala en la que habíamos comido, así que debió ser en ese momento cuando desapareció el móvil (recordamos que conseguí llegar hasta allí gracias a Google Maps, así que hasta que entré en el edificio lo tenía…).

En fin, una tarde para no recordar demasiado. La visita a la Isla de Coronado la suspendimos, ya que entre el tiempo que invertimos en la búsqueda y el sofocón, se nos fue la tarde…

Aprovechando que estábamos en Estados Unidos, asumiendo la pérdida, terminé comprándome el siguiente modelo del móvil que tenía, con el que estaba muy contenta. Por lo menos me ahorré algunos eurillos dentro de tener que pagar uno nuevo… Allí hay una cadena de supermercados del estilo del Mediamarkt en España que se llaman Bestbuy, especializadas en productos tecnológicos, que Edu se había dedicado a conocer en profundidad en los meses en los que vivió en EEUU.

La verdad es que mi móvil americano no me ha dado problemas en el tiempo que llevo en España, pudiéndome conectar bien a las redes de aquí.

Atardecer para el recuerdo en La Jolla Shores


Dado que había sido imposible ir a la Isla de Coronado, Edu me dijo que me llevaría a su playa favorita de San Diego, en la que él y sus amigos de allí hacían surf los fines de semana, para disfrutar de la puesta de sol. Era un lugar muy especial para él.

Junto al aparcamiento hay unas palmeras altas y delgadas, las típicas palmeras californianas que tanto veríamos durante el viaje, y que siempre me trasladan mentalmente hasta allí.

Llegamos a la playa, una larga extensión de arena blanca con vistas a acantilados en los lados. Y un precioso muelle que la separa de Black Beach, la que para Edu es la más bonita.


Aunque estaba atardeciendo, había algunos surfistas que veíamos a contraluz salpicados por el mar. La imagen era realmente idílica.

Y entonces el sol empezó a descender, en la puesta de sol más intensa que he visto en mi vida. Y eso que soy de Cádiz y puedo presumir de haber visto algunas más que alucinantes. El cielo era completamente anaranjado, y el acantilado se recortaba contra el horizonte.

Edu me urgió a llegar hasta el muelle, ya que decía que las mejores vistas estaban allí. No llegué a tiempo de retratar el sol entre los pilares del mismo, pero la imagen queda totalmente para el recuerdo.



Cuando ya se había ocultado completamente y decidimos volver al coche, miré hacia atrás y pude contemplar las palmeras que había visto antes contra el cielo de colores. Y allí pude tomar la que considero una de las mejores fotos del viaje.

Despedida de San Diego

Esa noche de nuevo cenaríamos con los amigos de Edu. Esta vez, sería con “comidas del mundo”, en la zona de barbacoas de una residencia de estudiantes. Cada uno llevaba algo típico de su país, por lo que pudimos disfrutar de platos brasileños, daneses, rumanos, y por supuesto una tortilla española (entre otros).

La despedida fue algo emotiva. No sólo se iba Edu, también otra de las chicas del grupo. Así, la noche pasó entre cervezas, recuerdos, y promesas de volvernos a encontrar…

Tienes el capítulo anterior y los que vaya publicando a continuación aquí.

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