Día 4. Rumbo a Kingman, pasando por Calico y el desierto de Mojave


Comienza nuestro roadtrip

Llegó el sábado, el día que saldríamos de San Diego para comenzar nuestro roadtrip. Cogeríamos nuestro Nissan y llegaríamos hasta Barstow para visitar Calico, un antiguo pueblo minero abandonado. Posteriormente recorreríamos el sur del desierto de Mojave, adentrándonos en él para descubrir sus dunas y ver un increíble atardecer. Así, llegaríamos hasta un pueblo en el corazón de la ruta 66, Kingman.

Éramos conscientes de que éste no sería el mejor día. Eran muchas horas de coche sin grandes puntos de interés, pero necesarias para llegar a algunos de los lugares que queríamos visitar a continuación. La visita a Calico, sin ser algo fundamental, me pareció algo diferente que podíamos encajar bien en la ruta.


Comienza el roadtrip

La mañana nos sorprendió con noticias sobre mi móvil. De repente le llegaron a Edu mensajes de whatsapp míos, que yo había escrito cuando no tenía conexión a internet (le fui mandando fotos de las cosas que veía, aunque sabía que no se enviarían hasta que tuviera wifi). Con el localizador de Google averiguamos que estaba en el aeropuerto, por lo que se confirmaba que alguien me lo había robado y lo había llevado hasta allí (recordamos que llegué al lugar de trabajo de Edu con Google Maps…).

Contacté con el seguro, quienes me exigieron una denuncia a la policía para cursar la incidencia y valorar si debía recibir una indemnización. Descubrimos que este trámite se puede realizar a través de internet y es bastante sencillo. Lamentablemente, al ser hurto y no robo no recibí nada (aunque la atención del seguro fue muy amable y eficiente en todo momento).

Tras realizar estas gestiones, cargamos todo el equipaje en el coche y comenzamos nuestro camino. Íbamos con calma, haciéndonos a la carretera. Fuimos abandonando el área metropolitana de San Diego y la costa, adentrándonos hacia el interior poco a poco. No pasaríamos por Los Ángeles, ya que esto ralentizaría bastante el camino y ya lo visitaríamos antes de emprender el regreso a casa (teníamos el vuelo de vuelta desde allí).

La verdad es que los paisajes nos gustaban, bastante verdes, montañosos. Me sorprendía absolutamente todo lo que veía, sintiéndome en el interior de una película (a Edu menos, ya que llevaba tres meses viviendo en San Diego). Sin embargo, no era ni de lejos de lo más espectacular que iba a ver en este viaje…

Fueron pasando las horas y el terreno era cada vez más árido, más desértico. La gasolina iba bajando y los kilómetros que nos quedaban eran menos. Así, llegamos a Barstow, desde donde tomaríamos un desvío que nos llevaría hasta Calico, Ghost Town (ya sabéis, los americanos son bastante peliculeros…).

Primera parada: descubriendo Calico, un pueblo del Lejano Oeste


Calico es un pueblo fantasma que, tras ser abandonado, ha sido reconvertido en atracción turística tras una ligera restauración. La principal actividad en el Siglo XIX era la minería, dedicándose a la extracción de la plata. Cuando ésta comenzó a devaluarse unos años más tarde, la población comenzó a desplazarse a otros lugares.

A nosotros nos producía bastante curiosidad, a pesar de que había leído en internet que no era demasiado “auténtico”. Sin embargo, era nuestra primera parada, y tampoco era como que hubiera otro que pudiéramos visitar en nuestro viaje, así que decidimos incluirlo.

Actualmente se puede visitar, siendo la entrada 8$ por persona, lo que permite conocer cómo era la vida en su edad dorada. Nada más llegar, se ve una montaña con el nombre del pueblo pintado de blanco, como recibiéndote. Hay tiendas, una torre de bomberos, el saloon, casas restauradas, y lo que más me gustó, que fue la antigua escuela. Se encuentra algo apartada del resto del pueblo, destacando su blanca silueta contra las montañas rojizas. Parece una postal.

Escuela de Calico

También visitamos un mirador desde donde se veía todo el pueblo desde las alturas, haciéndonos a la idea de sus dimensiones. Y desde donde se veía desierto hasta donde alcanzaba la vista, aunque aún no habíamos entrado en la Reserva Nacional del Desierto de Mojave.

Vistas desde el mirador

También hay disponible un tour por las minas, pero la entrada se pagaba aparte (5$), y además suponía tardar una hora más en retomar nuestro camino, por lo que decidimos no realizarlo.

Comimos en la terraza de un restaurante en la parte alta del pueblo unas hamburguesas que no estaban nada mal, mientras disfrutábamos de las vistas. Fueron como 11$ cada uno con bebida, lo que para ser un sitio tan turístico no nos pareció demasiado caro.

Vistas desde nuestro restaurante

Como fuimos en diciembre, todo estaba decorado de Navidad. No dejaba de sorprenderme el encontrar árboles de Navidad y guirnaldas mientras tenía tanto calor, y en un lugar tan desértico.

Nuestra opinión sobre Calico es bastante parecida. No es un lugar imprescindible que, ni mucho menos, justifique un viaje a la Costa Oeste o un gran desvío, pero, si pilla de camino, es una visita interesante y diferente, que nosotros personalmente disfrutamos, por lo que sí lo recomendamos.

Te dejo algunas fotos más del pueblo:




Segunda parada: el desierto de Mojave

Tras repostar en Barstow en una de las gasolineras más caras del viaje (es mejor si hay varias juntas no parar en la primera, algo que aprendimos en ese momento), emprendimos de nuevo nuestro rumbo. Era importante tener el depósito lleno, ya que en las áreas de desierto no abundan las estaciones de servicio.

El paisaje iba cambiando. Cada vez menos vegetación, menos edificios, menos vida. Y, sin embargo, ahí estaba. En los pequeños arbustos que cubrían el suelo. En los árboles de Josué (los famosos Joshua Tree que incluso son portada de un disco de U2). En las aves que surcaban el cielo intentando avistar a su presa. Nos sentíamos verdaderamente en una película del oeste. En cualquier momento una gigantesca planta rodadora podría haber pasado a nuestro lado y no nos habría sorprendido.

Atardecer en el Desierto de Mojave

El desierto de Mojave es inmenso, y de hecho no es sólo la reserva que íbamos a visitar. Realmente comprende varias áreas protegidas: la Reserva Nacional del Desierto de Mojave, el Parque Nacional de Joshua Tree, el increíble Valle de la Muerte, Zion y el Gran Cañón.
Esta reserva en concreto, al no ser parque nacional, es de entrada gratuita. Hay un centro de visitantes en Kelso (aunque no abre todos los días) y centros de información en el pueblo de Barstow y en un área llamada Hole-in-the-Wall (en la que me hubiera gustado realizar un trekking, pero no teníamos tiempo).

En Kelso hay gigantescas dunas de arena blanca, que cuesta imaginar cómo han llegado hasta ahí, cómo han podido formarse. Así es la naturaleza. Cuando nos bajamos del coche para verlas y hacer algunas fotos, pudimos ver algunos carteles que recomendaban no alimentar a los coyotes, ya que se hacen dependientes de los humanos y dejan de ser autosuficientes, pudiendo incluso ponerse en peligro con los coches. Aunque estuve muy atenta, nosotros no vimos ninguno.

Dunas de Kelso

Había comenzado a oscurecer un rato antes. Debido al cambio horario, el sol comenzaba a ponerse a las 16:30h, siendo a las 17:30h noche cerrada. No queríamos entretenernos demasiado y conducir de noche por el desierto.

Sin embargo, los colores del atardecer nos atraparon. Ver perderse el sol entre las montañas, con las sombras anaranjadas que se dibujaban a nuestro alrededor, hizo que realmente apuráramos el tiempo, ya que fuimos incapaces de irnos de allí hasta que era demasiado tarde para eso. Por suerte, Edu es un fantástico conductor y no tuvimos ningún problema.

Conduciendo por la oscuridad hasta Kingman

Las últimas dos horas las condujimos (condujo, más bien) en completa oscuridad. Empezamos a ver carteles que nos indicaban desvíos a la “Historic Route 66”, la mítica carretera que une ambas costas de Estados Unidos, que transcurría paralela a la autopista. Al día siguiente recorreríamos un tramo hasta Williams.

Inicialmente, había pensado que podríamos parar en Oatman si daba tiempo, pero no sabía cuánto estaríamos en Calico (al final, unas tres horas) ni que anochecería tan temprano, por lo que quedó en idea no materializada, y fuimos por la ruta más rápida. Hubiera sido una visita curiosa, ya que es un antiguo pueblo que permanece en bastante buen estado, cuyos más ilustres habitantes son los burros.

Así, finalmente llegamos a Kingman. Nos sorprendió verlo lleno de luces de Navidad y con montones de gente en las calles. Al parecer acababa de terminar un desfile y el pueblo entero se había congregado en torno a la calle principal.

Kingman sin duda era el lugar perfecto para alojarnos, justo lo que íbamos buscando. Era el corazón de la Ruta 66, y en cada esquina nos recordaban que era allí donde estábamos. Lo veríamos con luz por la mañana, pero no dejaba de sorprendernos todo lo que había a nuestro alrededor.

Llegamos a nuestro alojamiento, El Trovatore. Se trata de un lugar totalmente auténtico, con un mural enorme pintado en las puertas donde se representa las principales paradas de la Ruta. Las habitaciones son temáticas, y a nosotros nos tocó la “Marilyn Monroe”, por lo que una gigantesca foto de la actriz presidía nuestro cuarto.

Era sencillo, pero suficiente. Después del largo día de coche nos pareció el paraíso. El baño no era muy grande, pero tampoco estrecho. El hombre que nos recibió para darnos las llaves era muy agradable, y nos dio consejos sobre las paradas a realizar al día siguiente y lugares donde cenar. Además, no nos salió caro, en torno a 55€ la noche (los dos).

Dejamos nuestras maletas allí y nos dirigimos al restaurante donde iríamos a cenar. El mítico Mr D’z, un dinner de los de toda la vida con sus losas de cuadrados blancos y negros, sus sofás en tonos rosa y turquesa, y unas hamburguesas de las que no se olvidan.

Interior de Mr D'z (foto hecha con mi móvil... Pero es la única que tengo)

Aquí comencé a entender cómo funcionaba el tema de las propinas. En Estados Unidos es prácticamente obligatorio dejar una propina siempre que te atiendan en la mesa, siendo lo habitual en torno a un 15%. En el ticket, tras el precio, dejan un hueco en blanco para que escribas cuánto vas a pagar teniendo en cuenta este suplemento, e incluso te calculan cuánto supondría dejar el 10%, el 15% y el 20%.

Comento esto porque me llamó la atención lo agradables que eran los camareros al atendernos. Cada poco se acercaban a preguntar si todo era de nuestro gusto, si queríamos otra bebida… Sin embargo, una vez pagamos, ni se despidieron al salir del lugar. Y esta actitud la percibí en muchos otros sitios. Está claro el porqué de tanta dedicación… Y es una pena. Con esto no pretendo criticar al restaurante, ya que verdaderamente disfrutamos de la cena y nos parece que merece la pena.

Nos fuimos a descansar tras un largo día, con la certeza de estar comenzando a vivir un sueño. Las horas de coche se nos habían hecho ligeras por la ilusión y la sorpresa con los paisajes que estábamos viendo. Y esto acababa de empezar.

Tienes los capítulos previos del diario aquí.

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