Nuestra experiencia haciendo el curso de buceo PADI Open Water en Tenerife
(Antes de comenzar, querría aclarar que todo lo que voy a escribir en este artículo está basado en mi propia experiencia tras realizar un curso de buceo. Nadie me ha promocionado ni pagado absolutamente nada, y la información, aunque he intentado que sea lo más veraz posible, puede presentar pequeñas imprecisiones).
Hace ya mucho tiempo que nos lo
planteábamos, pero, por alguna razón, aún no habíamos dado el paso. Es
innegable lo mucho que disfrutábamos dentro del mar. Sin embargo, el punto de
inflexión fue cuando descubrimos el snorkel en nuestro viaje a Jordania.
Esa primera experiencia en el Mar Rojo, aunque algo accidentada, nos hizo
darnos cuenta de que había un mundo ahí abajo, y que nos lo estábamos
perdiendo.
Posteriormente, nuestra luna de miel nos llevó a las Islas Cook, donde disfrutamos aún más de este deporte, descubriendo inmensos arrecifes de coral, peces de todos los colores, estrellas de mar, almejas gigantes… Ya en ese momento sentíamos que nos perdíamos algo por no poder adentrarnos más en el mar, que nos llamaba poderosamente. Pocos meses después, en la Riviera Maya, mi primera experiencia con tortugas en libertad no hizo sino confirmarlo. Necesitábamos aprender a bucear, y tenía que ser pronto.
En cualquier caso, aunque nos
atraía, y mucho, también nos imponía respeto. Bucear es un deporte que
no está exento de riesgos, y hay que ser muy cuidadoso con las normas de
seguridad al practicarlo. Además, tenía miedo de no ser capaz de sobreponerme a
mis nervios la primera vez y que eso me bloqueara en el aprendizaje.
Muchas veces, leo recomendaciones
de hacer un bautismo de buceo y “probar” antes de hacer un curso. Sin embargo,
temía que un primer acercamiento pudiera asustarme, y pensé que sería un acercamiento
más progresivo si decidíamos hacer directamente el curso. De hecho, no es
imprescindible haber hecho el bautismo para realizarlo. Con esto, no quiero decir
que tenga que ser así para todo el mundo, pero en nuestro caso, fue un acierto.
Qué curso de buceo elegir
Existen varias asociaciones de instructores
de buceadores que regulan y controlan este deporte, siendo las más extendidas
internacionalmente PADI y SSI, aunque existen otras. En nuestro caso, decidimos
hacerlo con PADI porque era la que conocíamos, y el centro de buceo que
encontramos que mejor se ajustaba a nuestro propósito estaba adscrito a ella.
En el sistema PADI, el curso más
básico (después del bautismo, que llaman Scuba Diver) es el Open Water,
que, tras finalizarlo, habilita para bucear hasta a 18 metros de
profundidad de forma autónoma.
El siguiente paso sería el
Advanced, aunque existen otros cursos intermedios (de especialidad), focalizados
en distintas áreas: fotografía submarina, pecios, cuevas, buceo desde barco… Se
sigue avanzando hasta llegar a ser instructor, e incluso después se puede seguir
progresando en el aprendizaje.
Curso PADI Open Water
El curso Open Water está dividido
en una parte teórica y una parte práctica.
La parte teórica puede
realizarse online o físicamente en un centro de buceo. En nuestro caso,
elegimos hacerla online, ya que así no perderíamos un día de nuestras vacaciones
“yendo a clase”.
Lo organizamos con nuestro centro
de buceo, realizándolo a través de la web oficial de PADI. Está formado por
cinco módulos en los que se repasan conceptos básicos sobre el buceo y el
equipo, normas de seguridad, técnicas… Después de cada módulo hay un pequeño test,
y al finalizarlos, un examen final de 50 preguntas. Para que te puedas hacer
una idea, a mí me llevó unas 4 tardes hacerlo entero, con todos los ejercicios.
Aunque pueda parecer algo largo,
la verdad es que resulta muy útil, y creo que es importante tener las cosas
claras para poder evitar problemas debajo del agua.
La parte práctica está también
dividida en dos: 4 inmersiones en aguas confinadas y 5 inmersiones en
aguas abiertas.
En ellas se aprende desde lo más
básico: cómo colocarse y quitarse el equipo, cómo comprobar que todo funciona
correctamente, cómo compensar la presión en los oídos, cómo reaccionar ante
posibles problemas que pudieran surgir, señales para comunicarse con otros
buceadores… Se va haciendo todo poco a poco, incrementando la dificultad y la
profundidad progresivamente, de manera que se va adquiriendo confianza y
soltura. Todo son risas hasta que tienes que aprender a quitarte y ponerte la
máscara (las gafas de bucear) y vaciarlas bajo el agua (reconozco que es el
ejercicio con el que peor lo pasé).
Nosotros hicimos todas las
inmersiones en el mar, aunque los ejercicios de aguas confinadas los hicimos en
una zona resguardada a 5 metros de profundidad. Es muy habitual que haya
centros de buceo, por ejemplo en Madrid, en los que se hacen las aguas
confinadas en piscina y posteriormente en un fin de semana las aguas abiertas
en la Comunidad Valenciana o Murcia.
Una vez realizadas todas las
inmersiones y completados todos los ejercicios: ¡enhorabuena! ¡Ya eres un
buceador certificado! Estas palabras pueden parecer una tontería, pero a nosotros
nos hizo mucha ilusión haber conseguido vencer nuestros miedos y superar este
reto que nos habíamos propuesto.
Estrella de mar
Qué centro de buceo escoger
En este tema es evidente que no
somos unos expertos, ya que estoy escribiendo el artículo una semana tras
finalizar el curso y, por tanto, no hemos probado otros centros, aunque nuestra
experiencia ha sido tan positiva que seguro que puede resultarte útil lo que
tengamos que decir.
En primer lugar, escoger la
zona donde se va a realizar el curso. Nosotros decidimos hacerlo en Canarias,
ya que por el tema del coronavirus preferíamos no salir de España (temíamos cancelaciones
de última hora por parte de las compañías aéreas o restricciones del país de
destino, además de que queríamos hacerlo de manera responsable). No conocíamos
las islas y nos pareció un buen momento y buen destino en el que combinar los días
de buceo con algo de turismo. Fue por este mismo motivo por el que escogimos Tenerife.
Además, es bien conocido el tesoro que guarda en forma de fondo submarino.
Dentro de Tenerife, nos decidimos
por el sur, ya que goza de mejor clima y queríamos que todo fuera lo más
tranquilo posible en nuestra primera experiencia buceando. Sin embargo,
queríamos evitar las zonas más turísticas, así que decidimos centrarnos en el
área más al noroeste.
Encontramos varios centros de
buceo en esta área, y aquí llegaba la gran pregunta, en especial para quienes
no tenían ni idea (nosotros): ¿cuál escoger?
Leíamos consejos en internet: que
las aguas confinadas sean en piscina, que tengan barco… Sin embargo, en Tenerife
la mayor parte de los centros de buceo hacen las inmersiones de aguas
confinadas en el mar, que casi siempre presenta buenas condiciones. Y,
¿realmente es tan imprescindible un barco para empezar?
Caras de ilusión y nervios antes de la primera inmersión
Finalmente, escogimos un centro
de buceo llamado Espíritu de Buceo Dive Center en Puerto Santiago que no
tenía ni lo uno ni lo otro (aunque realizan salidas en barco ocasionalmente),
porque nos ofreció otra cosa: confianza. Buscando en internet leímos las
opiniones de otros usuarios, y me atrajo que nombraban que era un centro
pequeño, que el trato humano era excepcional, y que estaban muy
preocupados por la seguridad, además de utilizar equipos de buena
calidad. Justo lo que una miedica como yo necesitaba para lanzarse.
Llamé por teléfono para solicitar
información y me atendió el propio dueño, Juan Ramón, quien resolvió todas mis dudas
sobre el curso y sobre las medidas que habían tomado como prevención por el
coronavirus. Además, me comentó que siempre formaban grupos pequeños, de máximo
5 personas, para los cursos. Ese mismo día lo decidimos: ese sería nuestro
centro. Creo que es fundamental ponerse en contacto con el personal del
centro y sentir que puedes confiar en ellos, ya que al fin y al cabo se trata
de tu vida y tu seguridad.
En resumen, lo que yo
priorizaría para escoger el centro es: la confianza que te transmita el personal,
la experiencia que tengan, la calidad y el estado de los equipos que utilicen y
el trato humano. Las experiencias de usuarios anteriores pueden ayudar a
resolver varias de estas dudas, y contactar con el centro, el resto.
Aprovecho para agradecerle
también a Espíritu de Buceo todas las imágenes que aparecen en este artículo, procedentes de las inmersiones que realizamos con ellos,
ya que me han autorizado para utilizarlas.
Nuestra experiencia realizando el curso
Como comenté al principio, tenía
tanto miedo como ilusión. Tenía miedo de asustarme al mirar hacia arriba y
ver todo el agua sobre mí, de no ser capaz de compensar los oídos, de ponerme demasiado
nerviosa y no saber respirar… Pero, a la vez, mis ganas de conocer mundo y
disfrutar de la naturaleza en estado puro hacían que estuviera deseando que
llegara ya.
Llegamos el primer día al centro,
y conocimos allí a las dos personas con las que compartiríamos el curso. Vale,
así que era verdad que los grupos eran pequeños.
Juan Ramón nos explicó que él
mismo iba a ser nuestro instructor, y nos transmitió tranquilidad desde el primer
momento. Nos acompañó a escoger el equipo, nos enseñó a prepararlo… Un breve repaso
de las normas de seguridad básicas que habíamos visto en el curso online, y
listo. A la furgoneta. ¡Íbamos a bucear por primera vez!
Ejercicios en las primeras inmersiones
Tenía los nervios a flor de piel.
Pero no podía ser tan diferente a respirar por el tubo de snorkel. ¿O sí? Enseguida
lo comprobaría. Quería hacerlo bien, estaba segura de que, si superaba esa
prueba, el buceo me iba a conquistar.
Llegamos a la zona donde íbamos a
realizar la inmersión, revisamos todo de nuevo… ¡Cómo pesa todo el equipo! Un
par de trucos para que no se empañe la máscara, y me planté junto al borde de
las rocas desde las que tenía que entrar al agua. Respiré por el regulador fuera
del agua, para acostumbrarme, ¡y salté!
Me sentí bien. Respiraba.
Primer objetivo, alcanzado. Ahora tenía que conseguir que no me explotaran los
oídos (lo sé, a veces soy un poco dramática). Hice el ejercicio de compensar la
presión y me sorprendí al comprobar que, efectivamente, no me dolían y podía
seguir descendiendo. Nuestro instructor no nos soltaba, y nos acompañó hasta el
fondo (en ese momento no lo sabía, pero más tarde descubrí que estábamos a 5,5
metros).
Esta primera inmersión se
centró en practicar los ejercicios: soltar el regulador (por donde te llega
el aire) y recuperarlo, vaciar la máscara bajo el agua… Y, lo peor para mí, quitársela.
Yo uso lentillas, y me daba pánico que entraran en contacto con el agua. En ese
caso se recomienda que se cierren los ojos, y así lo hice. Y, aunque me puse un
poco nerviosa, no dejé de respirar y conseguí vaciarla (eso sí, tras varios
intentos).
Banco de barracudas
Cuando llegó el momento y salimos
del agua, no me lo podía creer. ¡Había buceado por primera vez! Había
superado mis miedos y lo había conseguido. Estaba pletórica. El instructor nos
fue dando consejos de las cosas que podíamos hacer mejor y los fallos que había
detectado, y dimos el día por finalizado.
Esa tarde, después de comer, me
empezó a doler el oído derecho. La verdad es que me asusté. Creía que había
hecho las cosas bien, sólo había sentido una ligera molestia buceando, pero podía
haberme equivocado en algo y habérmelo dañado. Y, en ese caso, si no quería que
fuera permanente, no podría bucear. Sin embargo, por la noche la molestia había
desaparecido y amanecí nueva al día siguiente.
Aprendí la lección. En el
buceo, nada tiene que ser difícil, ni mucho menos doler (vale, menos
ponerse y quitarse el dichoso neopreno). A la mínima molestia del oído hay que ascender
un poco y compensar, siempre sin forzar. Y, si no se consigue, abortar la inmersión.
Ese segundo día fui mucho más cuidadosa y aprendí a compensar cada poco tiempo,
y no volví a tener ningún problema, ni en ese momento ni en ningún otro.
Banco de roncadores
Ese segundo día fue la que
consideramos nuestra primera inmersión “de verdad”, ya que la primera
fue entera de ejercicios y no “exploramos”. Nos acompañaban, además, David, un
asistente de Juan Ramón, que compartió con nosotros buenos consejos y grandes
momentos, y su hijo. Desde ese día, vinieron con nosotros en todas las
inmersiones.
En esta ocasión, aunque seguimos realizando
los ejercicios del programa del curso, fuimos ganando autonomía y recorriendo
los alrededores, sorprendiéndonos con toda la vida marina que encontrábamos a
nuestro paso. Menuda pasada. La segunda inmersión de ese día, por unos paisajes
volcánicos de formaciones rocosas con pequeñas cuevas y arcos, me pareció
espectacular. Vimos anémonas, pulpos, bancos de peces… Pero yo quería “chuchos”
(es el nombre que se da a las mantarrayas más habituales en las Canarias). Y
aún tendría que esperar un día más para verlos.
El tercer y último día del curso,
Juan Ramón nos llevó a un punto en el que es frecuente avistar a estos
animales (de forma natural, sin alimentarlos). En ese momento, ya íbamos
controlando mejor nuestros movimientos, e íbamos ganando control de la
flotabilidad (por supuesto no la dominamos aún, ya que eso requiere mucha
experiencia, pero sí que hemos ido mejorando poco a poco). En esa ocasión, nos
dejó relajarnos y disfrutar de la inmersión, sin muchos ejercicios. Y fue
increíble. El día estaba espectacular, y el agua cristalina, con una visibilidad
de más de 15 metros.
Al poco de comenzar, apareció
un pequeño “ratón” (otra especie de mantarraya más pequeña), nadando ajeno
a nosotros. Yo estaba emocionadísima. ¡Me tuvieron que frenar, porque me quería
ir detrás! (Importante: buceando no hay que interactuar de forma activa con la
vida marina, desde luego no acosar ni tocar nada, ni mucho menos alimentar).
Chuchos en Tenerife
Vimos varios bancos de peces, y,
entonces, ocurrió la magia. Vi los primeros chuchos. Tan elegantes, como
volando sobre el fondo marino. Me quedé embobada. Seguimos nuestro camino y
encontramos un banco de arena con muchísimas anguilas jardineras, que se
caracterizan porque viven enterradas en la arena y se esconden al pasar sobre
ellas, y emprendimos el camino de vuelta.
Y ahí empezó la fiesta. De repente,
nos vimos rodeados por unos siete chuchos. Y, un poco más lejos, pasó un gigantesco “obispo” (otra
mantarraya más grande). No puedo olvidar la majestuosidad de sus movimientos.
Este último, además, es bastante menos frecuente, así que tuvimos suerte. Cuando
nos acercábamos al final, vimos varias “mantelinas” (otras mantas con un estampado moteado) tendidas en la arena, y algunas nadando.
Mantelina
Fue un día increíble. No sé si
soy capaz de transmitir la emoción que sentí en ese momento, o cuánto lo
disfruté. Y, además, me había visto muy tranquila buceando, controlando poco a
poco las cosas cada vez más.
La última inmersión del
curso fue por otra zona de paisaje rocoso, en la que vimos varias anémonas,
pulpos, cangrejos araña… La disfrutamos también mucho, e hicimos algunos
ejercicios de seguridad, pero no podía dejar de pensar en el momento que había
vivido unas horas antes.
Habíamos terminado el Open
Water. ¡Éramos buceadores certificados! La verdad es que había sido más
difícil decidirnos a hacerlo que el curso en sí. ¡Y la experiencia merece
muchísimo la pena!
Tanto nos gustó, que el siguiente
día de nuestras vacaciones decidimos invertirlo en realizar nuestra primera
inmersión ya certificados. Y ya no paramos de pensar en cuándo podremos
realizar la próxima inmersión…
Espero que hayas disfrutado tanto como yo recordando estos momentos… Así que, si te lo estás pensando, ¡te animo a que tú también te inicies en el maravilloso mundo del buceo!
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